A mi modo de ver, el personaje de King-Kong podría ser la imagen de ese socio que llevamos dentro. Representa el viejo mito de la bella y la bestia, aspecto asalvajado por fuera y corazón tierno por dentro (a su manera…) y nos devuelve la imagen exactamente invertida de lo que todos somos en mayor o menor medida: aspecto civilizado por fuera, y fondo asalvajado por dentro. Nos guste o no, es todo lo que hemos conseguido a base de muchos siglos de escolarización: dormir nuestra naturaleza primitiva bajo un bonito ropaje de cultura impuesta. Nos hemos escolarizado, educado, socializado… ¿O, en general, la escuela no ha conseguido más que adormecernos (a más de uno, literalmente), sin enseñarnos a comprender y asumir nuestra biología para intentar convivir armoniosamente con ella?
Afortunadamente, cada vez se oyen más voces que proponen abrir las puertas (se han abierto ya) a un nuevo modelo de escuela, sacarla del lugar cerrado entre cuatro paredes y una pizarra (aunque sea digital) a un mundo abierto, mestizo y sin fronteras, de redes sutiles de conocimiento y emociones. Una escuela ‘desescolarizada’, reinterpretando las ideas premonitorias de Iván Illich en los años ochenta, que no conoció internet ni las redes sociales como posible institución alternativa para la universalización y democratización de la educación.
En esto consistirá la auténtica democratización, no solo de la educación, sino de todo el entramado de nuestra sociedad civilizada: garantizar para todos el libre acceso a las nuevas tecnologías de la comunicación. No hacerlo será privar a la gente no solo de la igualdad de oportunidades, sino ahondar más si cabe las diferencias sociales derivadas de tantas injusticias.
La escuela nueva, ‘fuera de su lugar’, estará formada por REDESESCOLARIZAD@S, todos aprendices, que hacen “de cada momento de la vida un momento de aprendizaje”, en amable intercambio de conocimientos y experiencias, en amable charla unos con otros. Y cada cual (es necesario) con ese socio asalvajado que lleva dentro…